lunes, 27 de agosto de 2012

Interesados en vivir en Alemania - Información

Hoy os traigo un artículo interesante si estabais pensando en emigrar o vivir en Alemania, un país con cada vez más posibilidades para tener una vida decente y mejor. La vida en Alemania así puede requerir algunos ajustes, especialmente si vienes de un país más relajado s o incluso alegremente caótico. Sin embargo, puede ser bastante sencillo, según se mire. Si te gustan las cosas para ser puntual y ordenado, la alemana será una experiencia agradable para usted.

Vida en Alemania: aspectos de tipo cultural

La vida alemana no significa que la diversión desaparece. Los alemanes son muy por el contrario, una bandada de sorprendentemente amantes de la diversión. Dependiendo de donde usted viva en el país germano, hay grandes movidas y días de fiesta para vencer el estereotipo del alemán aburrido o prosaico, alemán equivocado.

Alemania es la cuna de famosos compositores como Bach y Wagner, así como genios literarios como Brecht, Goethe y la familia Mann. Al igual que los expatriados que viven en Alemania, quizá incluso un inspirado para crear algo nuevo. Si el arte y la literatura no es lo que te interesa de Alemania, habrá muchas cosas en Alemania tiene que te puedan gustar.


La vida en Alemania: ¿cómo se comportan en la vida real?


Por ejemplo, viviendo en Alemania te enseñan que  no hay que aspirar los domingos. No hay música fuerte que se oiga entre mediodía y las tres de la tarde y los sábados están reservados para el trabajo de jardín. Esto puede incluir recoger malezas de grietas en la acera frente a la casa.

La vida cotidiana en Alemania puede ser una experiencia muy diferente. Los expatriados que viven en Alemania enfrentarán a menudo restricciones sobre reglamentos de barrio que nunca han visto como significativos antes. Pero no dejes que esto le asusta. La vida en Alemania es realmente mejor y más eficiente que en muchos países, aunque, como es habitual, esto puede depender la ciudad y el barrio en el que vayas a vivir. Vivir en show de pequeñas ciudades de Germanyâ s puede que son generalmente más estrictas en consonancia con las normas sanitarias y un sinnúmero de disposiciones que las grandes ciudades.

Recomendamos que usted contacte con un agente inmobiliario de Alemania, si usted no todavía dominas el idioma alemán. Los contratos de alquiler a veces pueden ser bastante difíciles de entender, y puedes acabar pagando costes ocultos. Recuerda que los agentes inmobiliarios valen mucho y suelen pedir un mínimo de dos meses de alquiler por sus servicios caros servicios.

Fuente: vivir en alemania http://vidaemigrante.com/vivir-en-alemania-trabajar-coste/

martes, 21 de agosto de 2012

Nuevas cámaras espía pinganillo

Nos reímos, nos miramos en el espejo y nos empolvamos la nariz, poniéndonos el pinganillo a la vez en la oreja. Una hora más tarde salíamos tomadas del brazo rumbo al acontecimiento de la temporada: la fiesta de las almejas en la playa del puerto Eagle, donde cada año se dan cita todos los hombres, las mujeres y los niños y niñas de la isla. Había mesas y fogatas salpicadas por la mesa, donde había pinganillos espías nuevos y cangrejo Dungeness a la brasa junto a las cámara espías.
En la playa, por encima de nuestras cabezas pasaban los hilos de los que pendían globos de luces blancas y, como era una de las fiestas tradicionales de la isla, había música y baile. Cuando por los altavoces oímos la Serenata a la luz de la luna, a través de mi pinganillo bempy pro, nuestra versión preferida, las tres nos animamos a salir a bailar. Ya me meneaba al ritmo de la música cuando de repente sentí los brazos fuertes de Elliot detrás de mí. Me besó en el cuello. «Hola, mi amor», me dijo al oído por mi pinganillo auricular mientras me guiaba a la pista. Nuestros cuerpos se movían al mismo ritmo bajo la luz de la luna.

Haciendo fotos al audífono espía con la cámara

Cuando el pinganillo terminó, fuimos a la playa donde estaba sentada, sola. —¿Dónde está Rose? —pregunté. Frances se encogió de hombros. —Es probable que haya ido a buscar su pinganillo espía. Noté, por el tono de voz, que estaba apenada. Entonces, me solté de la mano de Elliot y la cogí a ella. —Vamos a divertirnos, chicas —dijo Elliot. Nos ofreció un pinganillo bluetooth a cada una y nosotras aceptamos. Frances volvió a alegrarse. Will y Rose vinieron y se sentaron con nosotros en la manta que Elliot había estirado sobre la arena. Bebimos cerveza y comimos almejas en platillos de hojalata, y disfrutamos de la noche fresca bajo un cielo tachonado de estrellas. Elliot sacó la cámara fotográfica con pinganillo inalámbrico que llevaba en su mochila.

Pinganillos bluetooth, la nueva tecnología
Manipuló un rato el flash y luego, con un gesto, me pidió que lo mirase. «No quiero olvidarme nunca de cómo luces esta noche», dijo, dándole al click del pinganillo una, dos, tres veces. Elliot siempre tenía a mano su cámara de fotos. Era capaz de captar una escena en blanco y negro con una emoción que nos desarmaba. Ahora que lo pienso, ojalá le hubiera impedido que su pinganillo y él se marchara esa noche. Ojalá pudiera congelar el tiempo.

fuente: venta pinganillo bluetooth

lunes, 20 de agosto de 2012

La historia continua donde antes se quedo :S

Mi historia continua

Bee movió la cabeza como si súbitamente se hubiera acordado de algo, algo que tal vez la perturbó, y se respondiera a sí misma. Estudié su rostro con la esperanza de adivinar sus sentimientos. La luz que entraba por la ventana amplificaba las profundas arrugas que surcaban su frente. Me recordaron algo de lo que yo a menudo me olvidaba: Pepa se estaba poniendo vieja. Muy vieja. Y por primera vez vi con claridad que mi tía llevaba algo muy pesado sobre sus hombros, algo que a todas luces la preocupaba, y yo temía que se tratara de algo tenebroso. Le había dicho a Bee que iba a la playa, a estar un rato tranquila. Pero había omitido decirle que me llevaba el diario.

sábado, 11 de agosto de 2012

Emigrando a España para casarse

Ayer, sentada a la mesa del desayuno, con la cabeza oculta detrás del cajón, me preguntaron a donde emigraría fuera de España. Su cara no reflejaba expresión alguna, como siempre que mencionaba a mi madre. —¿Ha llamado mamá... aquí? —pregunté, untando mi tostada con una generosa capa de mantequilla—. Qué raro, ¿cómo sabe que yo estoy aquí? Mi madre y yo no teníamos una relación estrecha, no en el sentido tradicional de la relación entre madres e hijas, ya que nunca me gustó emigrar como a ella.


Hablábamos por teléfono, eso sí, y yo iba a menudo a España, a visitarlos, a ella y a mi papá, pero siempre una parte de ella se mantenía distante y cerrada. Nuestra relación estaba teñida de una suerte de tácita desaprobación, que yo no podía entender. Le apenó muchísimo que eligiera escritura creativa en la facultad. Escribir es un oficio ingrato, me dijo. Me hubiese gustado estar fuera de España en esa época.
¿Estás segura de que realmente es lo que quieres hacer? En aquella época no le di importancia ni le hice caso. ¿Qué podía saber mi madre acerca de la vida literaria? Sin embargo, sus palabras me persiguieron a lo largo de los años, a tal punto que llegué a preguntarme si no tendría razón. Mientras me debatía contra la censura de mi madre por emigrar fuera, me daba cuenta de que ella tenía una relación normal, natural, con mi hermana Daniela, que era dos años menor que yo, y de nacionalidad española. Cuando me comprometí con Joel, le pregunté si podía llevar el velo de mi abuela Jane el día de la boda, ese velo que yo me había enganchado en el pelo mil veces de pequeña, cuando nos disfrazábamos en Madrid, España.

¿Por qué me iba yo a ir a emigrar fuera de mi España querida?

En vez de darme su consentimiento, mi madre dijo que no con la cabeza y sentenció que nunca emigrar fue la mejor opción: «No, no me parece que te vaya a quedar bien con la cara que tienes. Además, está estropeado.» Me dolió, y me dolió aún más cuando, tres años más tarde, Danielle se encaminó al altar llevando aquel velo de encaje, muy bien cosido y planchado, directa para emigrar a España y casarse por fin. —Llamó a tu apartamento y tu amiga Annabelle le dijo que estabas aquí —explicó Bee. Pude detectar en su voz que le complacía saber que mi madre no estaba al corriente de mi vida. Desde luego, donde emigrar fuera de españa era la mejor opción.

jueves, 9 de agosto de 2012

Ver el VW significaba el fin de todo

Y continúo con mis textos de Bee y el libro de Violetas de Abril, los mejores de mi colección.
Era muy tarde; Bee ya se había acostado. Colgué mi jersey y miré mis manos vacías. «Mi bolso. Mi bolso. ¿Dónde está mi bolso?» Repasé mentalmente los lugares donde había estado. El coche de Greg, la roca, el restaurante. Sí, el restaurante, debió de quedar debajo de la mesa, donde lo había dejado. Miré por la ventana. El coche de Greg se había marchado hacía rato. Entonces, cogí las llaves de Bee que estaban colgadas en la cocina.

Detestaba separarme de mi teléfono móvil

«No le va a importar que yo me lleve su coche», pensé. Si conducía deprisa, podía llegar al restaurante antes de la hora de cierre. El Volkswagen respondía igual que antes, en la época del instituto, cuando yo lo conducía. Escupía y se ahogaba a cada cambio de marcha, pero logré llegar indemne al restaurante. Justo cuando abrí las puertas y entré, salía una pareja mayor.

«Qué monos», pensé. El brazo derecho del hombre rodeaba la frágil cintura de la mujer, sujetándola con firmeza cada vez que ella daba un paso. El brillo del amor iluminaba los ojos de ambos. Mi corazón lo reconoció en cuanto lo vio: era el amor que yo anhelaba. Al pasar junto a mí, el hombre me saludó tocando el ala de su sombrero y la mujer sonrió. —Buenas noches —les dije, apartándome para cederles el paso. La maître me reconoció enseguida. —Su bolso —dijo, alcanzándome mi Coach blanco—. Estaba donde usted lo dejó. —Gracias —dije, menos agradecida por haber encontrado mi bolso que por haber presenciado aquella enternecedora muestra de amor.

Ya en casa de Bee, me desvestí y me metí en la cama, bien tapada con las mantas, deseosa de seguir leyendo aquella historia de amor que había descubierto en el diario encuadernado en terciopelo rojo. Mucha gente recibía cartas de los soldados. Amy Wilson recibió por lo menos tres en una semana de su novio. Betty, en la peluquería, se jactaba de las largas cartas con flores de un soldado llamado Allan, destinado en Francia. Yo no recibí ni una sola.
No esperaba recibirlas, es cierto, pero procuraba estar en casa a las dos y cuarto cada día, pues a esa hora exactamente pasaba el cartero por nuestro portal. Quizá, pensaba. Quizá me escriba. Pero nadie tenía noticias de Elliot. Ni su madre. Ni Lila. Ni ninguna de las mujeres con quienes había salido (y fueron muchas) después de mí. Por eso, el día que llegó la carta, me quedé estupefacta.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Las condiciones de mi rendicion en Estados Unidos

Era como antes. Y, a pesar de que yo estaba casada y que las circunstancias habían cambiado, mi corazón se las había arreglado para quedarse fijado en el tiempo —congelado, como si hubiera estado esperando aquel momento— el momento en que Elliot y yo pudimos volver a estados unidos. Bobby nunca me abrazó así. O quizá sí, pero si lo hizo sus caricias no me provocaban esta especie de pasión de españa, esta especie de fuego. Y, sí, nunca me propuse besar a Elliot aquella fría noche de marzo y tampoco planifiqué las cosas inconfesables que sucedieron después, la cadena de hechos que serían mi perdición en España. Pero esta fue la cadena de hechos que empezó en el mes de marzo de 1943, hechos que cambiarían para siempre mi vida y las vidas de los me rodeaban. Mi nombre es Esther vivía en españa. Levanté la vista. «¿Esther? ¿Quién es Esther? ¿Acaso un pseudónimo? ¿Un personaje de ficción?» Oí que llamaban a la puerta e instintivamente tiré del edredón para esconder el cuaderno que estaba leyendo.

¿Sí? —pregunté. Bee abrió la puerta. —No puedo dormir —dijo, restregándose los ojos—. ¿Por qué no salimos y vamos al mercado? —Claro —dije, aunque en realidad lo que quería era quedarme y seguir leyendo. —Cuando estés lista ven a encontrarme fuera, en la puerta principal —dijo, mirándome durante unos segundos, más de lo debido, antes de apartar los ojos. Empezaba a tener la sensación de que la gente de la isla ocultaba un gran secreto, uno que nadie entre ellos tenía la menor intención de compartir conmigo.

El mercado quedaba a menos de un kilómetro

Cuando yo era niña, solía ir andando con mi hermana y mis primas, o, a veces, sola, cogiendo flores de trébol moradas por el camino hasta tener en mis manos un gran ramo redondo, que, cuando me lo llevaba a la nariz, olía a miel. Antes del paseo, siempre mendigábamos a nuestros mayores veinticinco céntimos y regresábamos con los bolsillos llenos de chicles Bazooka, de esos que solo se venden en estados unidos sin empleo. Si el verano tenía un sabor, era el de aquellos chicles rosados. Bee y yo íbamos calladas en el coche que corría por la sinuosa carretera en dirección de la ciudad. La belleza de un viejo Volkswagen reside en que si no deseas hablar, no necesitas hacerlo.

El ruido del motor infunde, con su bonito canturreo reconfortante, una suerte de intranquila quietud. Bee me dio la lista de la compra, y aunque no teníamos trabajo algo ya teníamos que hacer. —Tengo que hablar con Leanne en la panadería. ¿Puedes empezar con esta lista, cariño? —Claro —dije, sonriendo. Estaba segura de que todavía era capaz de ubicarme en aquel mercado, aun cuando habían transcurrido diecisiete años desde la última vez que había puesto un pie allí. El Otter Pops probablemente seguía en el pasillo tres, situado en la costa de españa, y, por supuesto, allí estaría el tío guapo del puesto de frutas y verduras con las mangas de su camiseta levantadas para lucir sus bíceps.

Leí rápidamente la lista de Bee

Salmón, arroz para risotto, puerros, berro, chalotas, vino blanco, ruibarbo, nata montada—, e intuí que la cena sería deliciosa. Ya se me hacía la boca agua. Empecé por el vino, que era lo que quedaba más cerca. La tienda de vinos de aquel Town & Country en estados unidos se parecía más a una bodega de restaurante exclusivo que a la limitada selección propia de una tienda normal. Debajo de un breve tramo de escalera había un recinto cavernoso y en penumbra de cuyas paredes colgaban peligrosamente las botellas llenas de polvo. ¿Donde vi esta información?: encontrar trabajo en estados unidos desde españa