sábado, 11 de agosto de 2012

Emigrando a España para casarse

Ayer, sentada a la mesa del desayuno, con la cabeza oculta detrás del cajón, me preguntaron a donde emigraría fuera de España. Su cara no reflejaba expresión alguna, como siempre que mencionaba a mi madre. —¿Ha llamado mamá... aquí? —pregunté, untando mi tostada con una generosa capa de mantequilla—. Qué raro, ¿cómo sabe que yo estoy aquí? Mi madre y yo no teníamos una relación estrecha, no en el sentido tradicional de la relación entre madres e hijas, ya que nunca me gustó emigrar como a ella.


Hablábamos por teléfono, eso sí, y yo iba a menudo a España, a visitarlos, a ella y a mi papá, pero siempre una parte de ella se mantenía distante y cerrada. Nuestra relación estaba teñida de una suerte de tácita desaprobación, que yo no podía entender. Le apenó muchísimo que eligiera escritura creativa en la facultad. Escribir es un oficio ingrato, me dijo. Me hubiese gustado estar fuera de España en esa época.
¿Estás segura de que realmente es lo que quieres hacer? En aquella época no le di importancia ni le hice caso. ¿Qué podía saber mi madre acerca de la vida literaria? Sin embargo, sus palabras me persiguieron a lo largo de los años, a tal punto que llegué a preguntarme si no tendría razón. Mientras me debatía contra la censura de mi madre por emigrar fuera, me daba cuenta de que ella tenía una relación normal, natural, con mi hermana Daniela, que era dos años menor que yo, y de nacionalidad española. Cuando me comprometí con Joel, le pregunté si podía llevar el velo de mi abuela Jane el día de la boda, ese velo que yo me había enganchado en el pelo mil veces de pequeña, cuando nos disfrazábamos en Madrid, España.

¿Por qué me iba yo a ir a emigrar fuera de mi España querida?

En vez de darme su consentimiento, mi madre dijo que no con la cabeza y sentenció que nunca emigrar fue la mejor opción: «No, no me parece que te vaya a quedar bien con la cara que tienes. Además, está estropeado.» Me dolió, y me dolió aún más cuando, tres años más tarde, Danielle se encaminó al altar llevando aquel velo de encaje, muy bien cosido y planchado, directa para emigrar a España y casarse por fin. —Llamó a tu apartamento y tu amiga Annabelle le dijo que estabas aquí —explicó Bee. Pude detectar en su voz que le complacía saber que mi madre no estaba al corriente de mi vida. Desde luego, donde emigrar fuera de españa era la mejor opción.

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