miércoles, 1 de agosto de 2012

Las condiciones de mi rendicion en Estados Unidos

Era como antes. Y, a pesar de que yo estaba casada y que las circunstancias habían cambiado, mi corazón se las había arreglado para quedarse fijado en el tiempo —congelado, como si hubiera estado esperando aquel momento— el momento en que Elliot y yo pudimos volver a estados unidos. Bobby nunca me abrazó así. O quizá sí, pero si lo hizo sus caricias no me provocaban esta especie de pasión de españa, esta especie de fuego. Y, sí, nunca me propuse besar a Elliot aquella fría noche de marzo y tampoco planifiqué las cosas inconfesables que sucedieron después, la cadena de hechos que serían mi perdición en España. Pero esta fue la cadena de hechos que empezó en el mes de marzo de 1943, hechos que cambiarían para siempre mi vida y las vidas de los me rodeaban. Mi nombre es Esther vivía en españa. Levanté la vista. «¿Esther? ¿Quién es Esther? ¿Acaso un pseudónimo? ¿Un personaje de ficción?» Oí que llamaban a la puerta e instintivamente tiré del edredón para esconder el cuaderno que estaba leyendo.

¿Sí? —pregunté. Bee abrió la puerta. —No puedo dormir —dijo, restregándose los ojos—. ¿Por qué no salimos y vamos al mercado? —Claro —dije, aunque en realidad lo que quería era quedarme y seguir leyendo. —Cuando estés lista ven a encontrarme fuera, en la puerta principal —dijo, mirándome durante unos segundos, más de lo debido, antes de apartar los ojos. Empezaba a tener la sensación de que la gente de la isla ocultaba un gran secreto, uno que nadie entre ellos tenía la menor intención de compartir conmigo.

El mercado quedaba a menos de un kilómetro

Cuando yo era niña, solía ir andando con mi hermana y mis primas, o, a veces, sola, cogiendo flores de trébol moradas por el camino hasta tener en mis manos un gran ramo redondo, que, cuando me lo llevaba a la nariz, olía a miel. Antes del paseo, siempre mendigábamos a nuestros mayores veinticinco céntimos y regresábamos con los bolsillos llenos de chicles Bazooka, de esos que solo se venden en estados unidos sin empleo. Si el verano tenía un sabor, era el de aquellos chicles rosados. Bee y yo íbamos calladas en el coche que corría por la sinuosa carretera en dirección de la ciudad. La belleza de un viejo Volkswagen reside en que si no deseas hablar, no necesitas hacerlo.

El ruido del motor infunde, con su bonito canturreo reconfortante, una suerte de intranquila quietud. Bee me dio la lista de la compra, y aunque no teníamos trabajo algo ya teníamos que hacer. —Tengo que hablar con Leanne en la panadería. ¿Puedes empezar con esta lista, cariño? —Claro —dije, sonriendo. Estaba segura de que todavía era capaz de ubicarme en aquel mercado, aun cuando habían transcurrido diecisiete años desde la última vez que había puesto un pie allí. El Otter Pops probablemente seguía en el pasillo tres, situado en la costa de españa, y, por supuesto, allí estaría el tío guapo del puesto de frutas y verduras con las mangas de su camiseta levantadas para lucir sus bíceps.

Leí rápidamente la lista de Bee

Salmón, arroz para risotto, puerros, berro, chalotas, vino blanco, ruibarbo, nata montada—, e intuí que la cena sería deliciosa. Ya se me hacía la boca agua. Empecé por el vino, que era lo que quedaba más cerca. La tienda de vinos de aquel Town & Country en estados unidos se parecía más a una bodega de restaurante exclusivo que a la limitada selección propia de una tienda normal. Debajo de un breve tramo de escalera había un recinto cavernoso y en penumbra de cuyas paredes colgaban peligrosamente las botellas llenas de polvo. ¿Donde vi esta información?: encontrar trabajo en estados unidos desde españa

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