¿No es adorable?— Sonreí, pensando en lo divertido que sería tener mis
propios hijos. —Quisiera que el helado me hiciera así de feliz.
Se inclinó hacia mí y sonrió. —Tal vez no has probado el sabor correcto.
Escalofrío corrió por mi espina dorsal, junto con una oleada de calor en mi
rostro, mientras encontraba mi propio significado en secreto, de su comentario.
Entonces me enderecé, recordando que este magnífico hombre estaba aquí para
comprar joyas de mujer. Él no tenía un anillo de bodas, pero, obviamente, tenía
una persona especial. Chica con suerte. —¿Hay algo en particular que estés
buscando?
—Honestamente, no había estado buscando—. Él se inclinó hacia abajo y
estudió algunas de las piezas de plata esterlina y amatista, en serio. —Pero
cuando vi tu puesto, sabía que tenía que venir.
Mi corazón se apretó.
¿Este hombre había decidido de forma espontánea,
buscar un regalo para su novia? Todo lo contrario de mis ex novios que, incluso
para un día de fiesta o un cumpleaños, siempre esperaron a último minuto para
comprar un regalo.
—¿De dónde eres?—, le pregunté, aunque tenía que ver más con
curiosidad, que con completar la renta.
—Seattle—. Levantó un brazalete de plata y topacio… una pieza de mis
favoritas... y la examinó. —Bueno, yo solía vivir allí. Parece como hace eones,
pero mis amigos y yo salíamos a Whitefish cada vacación de verano para esquiar.
El lugar ha crecido un poco—. Él me miró, y luego tomó mi mirada. —
Mejorado, diría yo.
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